Más de una vez hemos comentado que una de las mayores obsesiones de los ingenieros es lograr un equilibrio cercano a la perfección entre el confort de marcha y un eficiente comportamiento dinámico. Pocos lo consiguen, y este Golf se encuentra en ese breve listado. Hay una total armonía del conjunto amortiguadores-resortes de ambos trenes (trasero con sistema multilink) y los neumáticos en medida 225/45×17 pulgadas que monta la versión Highline.

Del equipamiento de serie se destacan los faros de bi-xenón direccionales y LED de conducción diurna, pantalla de ordenador de a bordo de alta sensibilidad táctil, climatizador bizona, sistema de audio de alta fidelidad, techo solar eléctrico, ayudas electrónicas de estabilidad y tracción, siete airbags, sensores de estacionamiento en ambos extremos, anclajes Isofix, lavafaros, botón de arranque y Stop-Start desconectable. Faltante: navegador satelital de serie.

La posición de manejo es bien germana. Pedalera profunda, volante con doble reglaje, butaca de regulación manual amplia en altura y excelente sujeción, mandos al alcance del conductor con la consola central levemente inclinada a la izquierda y un panel de instrumentos analógico de fácil lectura. El comando de la caja automática DSG de siete marchas dispone de función Sport, pero carece de levas al volante, obligando a usarla manualmente por medio del selector convencional. Un aspecto que sorprende es la insonorización, no solo circulando en ruta, con total ausencia de rumores eólicos. En ralentí el motor pasa tan desapercibido que hay que observar el cuentavueltas para constatar que no se detuvo. De lo mejor.

Ya el Golf IV nacido en 1997 mostraba sus cualidades dinámicas. Pero las evoluciones posteriores fueron mejorando esa virtud debido a un eficaz trabajo en plataformas y suspensiones. Este Golf de última generación hace honor a sus ancestros logrando un alto grado de eficiencia a la hora de encarar caminos trabados de asfalto en zonas de montaña.

Esto se pudo comprobar en los casi 2.500 kilómetros sentados al volante, parte de ellos transitando el trayecto de Salta a Cafayate y retorno compartiendo el manejo con el amigo “Cocho” López, rememorando aquellas 24 Horas en las que participamos con una coupé Fiat 125. En el serpenteante asfalto salteño, el nuevo Golf manifestó su franqueza a la hora de doblar en curvas que nos obligaban a buscar las mejores trayectorias a izquierda y derecha, utilizando toda la cinta de asfalto y con permanentes cambios de apoyo sin inmutar la conducta del auto, que obedeció en todo momento a lo que se le ordenaba a través del volante; las relaciones de caja y los frenos, con un alto grado de confiabilidad.

Luego de los 400 kilómetros de test-drive regresamos a Buenos Aires –previa incursión por la Cuesta del Obispo rumbo a Cachi– con la unidad de prueba haciendo escala nocturna, en La Cumbre. Un trayecto que sirvió para evaluar su comportamiento rutero y la importancia de disponer de un auxilio/llanta homogéneos después de vivir la experiencia de destrozar un neumático (ver Brevísimas). Una vez más afloraron las virtudes de la caja DSG con doble embrague y relaciones adecuadas, de pasaje rápido y sin patinamientos, tanto en función Drive como en Sport manual.

Se trató de un viaje de retorno agradable, debido a la postura al frente del volante, en lo que colaboraron el reglaje de la columna de dirección y la ergonomía de la butaca, haciendo de la conducción una tarea relajada y sin síntomas de cansancio luego de ocho o nueve horas de manejo. Y en este aspecto, también el Golf VII marca diferencias.