La habitabilidad en las plazas traseras es limitada en altura y en general el espacio no es todo lo generoso que supone su aspecto externo. El equipamiento –en este caso con pack estético AMG– dispone de una frondosa dotación con Head Up display que se proyecta en el parabrisas, portón trasero de accionamiento eléctrico de apertura y cierre, pantalla de 8″ y navegador, función ECO y Stop–Start, función de secado de discos de freno, opciones Confort, Sport y Sport+, que modifica la gestión del motor y asistencia de la dirección, controles de estabilidad y tracción desconectable, levas de cambio al volante, asientos delanteros calefaccionados, siete airbags y todo lo que corresponde a un Mercedes SUV de esta talla.

La plancha es similar a la de los Clase C pero con volante AMG de sección inferior rebajada y se destaca por los materiales utilizados con un alto nivel de calidad y terminación hasta en los mínimos detalles. La posición de manejo es algo elevada, las butacas cuentan con amplio reglaje eléctrico y la columna de dirección también regula eléctricamente en altura y profundidad. La caja de cambios automática de nueve marchas se acciona desde el pequeño brazo a la derecha de la columna, sistema que utilizan varios modelos de la marca pero que en función del accionamiento manual obliga a utilizar las levas al volante y no el selector convencional, que en este caso no existe.

En cuanto al comportamiento general, el GLC Coupé manifestó eficiencia y buen trabajo de las suspensiones. En circulación urbana el confort de marcha no mostró zonas grises. Copia las imperfecciones sin transmitir vibraciones indeseables al habitáculo o a la columna de dirección. Los neumáticos 255/55×19″ tienen suficiente perfil como para no perjudicar el confort ni siquiera en los agresivos adoquines de San Telmo.

En ruta, la tracción integral permanente juega su papel junto al caucho generoso en ambos trenes a la hora de encarar caminos con sectores sinuosos. Su conducta es absolutamente neutra, transmitiendo seguridad al conductor, incluso en caminos de tierra. La electrónica se encarga de repartir la potencia y el par a las ruedas que los necesitan. A esto se suma un ambiente interior agradable y acogedor que colabora para que los viajes en ruta sean distendidos gracias a suspensiones equilibradas que logran que el GLC no se inmute ante vientos laterales sin modificar su impecable estabilidad direccional.

Párrafo aparte para la visibilidad panorámica. La cintura elevada junto a una superficie vidriada poco generosa hace que existan puntos ciegos, en especial hacia atrás, debido a que la caída del techo y el sector trasero elevado hacen que la visión que ofrece la luneta sea mínima. Si un Fiat 500 se pone a la cola, el conductor no lo registrará por el espejo retrovisor interno.