La vida a bordo mejoró respecto del Uno que conocía. Por la central multimedia pasa todo lo referido al entretenimiento y eso es una buena noticia porque todo es mejor y más grande. El display de 6,2 pulgadas es táctil (buena respuesta), a color (diseño algo anticuado) y tiene múltiples funciones, incluyendo navegador nativo y reproducción de DVD, algo que suma pero que hizo que nos preguntáramos si alguien todavía tiene en su casa.

En el caso de no tener, el dispositivo cuenta con una memoria interna de 4GB para evitar cargar un pendrive (aunque tiene slot USB) o, en el peor de los casos, Bluetooth para hacer streaming desde su móvil. Otras conexiones, como Android Auto y CarPlay, negativo. ¿Contras? En ocasiones el reflejo del sol la hizo invisible.

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Otra de las novedades, por lo menos en la gama Uno que conocíamos, es la incorporación del 1.3 en reemplazo del 1.4 EVO que también supo movilizar al 500. Este Firefly hizo su debut en las versiones de entrada de Argo y ahora llega al Uno. Está acoplado a una caja tradicional de 5 marchas con recorridos algo largos y dubitativos, pero con engranaje preciso.

En la metrópoli atraviesa pozos y cunetas pronunciadas sin despeinarse, producto de una suspensión (tradicional con barra atrás) calibrada y pensada para nuestros caminos.

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A altas velocidades y pese a su despeje, no se comporta muy rolador, aunque lógicamente si ese día Eolo pega de costado, la carrocería va a recibir su embate. Lo mejor de todo es que, sin importar las condiciones, el ESP vela para que todo siga su curso normal.

Donde desentona un poco es con el caucho elegido: neumáticos de uso mixto Scorpion ATR que dan un plus a la hora de salirse del camino pero que son más rumorosas en asfalto, y el dibujo “terrestre” va en detrimento de la capacidad de frenado, algo que comprobamos con los más de 46 metros que necesitó para frenar a 100 km/h y que lo ubica en la zona amarilla de auto test. En esa situación, no conservó una estricta línea recta y al pedal se lo notó algo esponjoso.