El equipamiento de serie corresponde a la versión Chili y cumple con las expectativas por medio de seis airbags, techo acristalado panorámico, sensor de estacionamiento y lluvia, control de crucero, ESP desconectable, navegador, sistema Connected Wired y climatizador automático bizona. Los materiales utilizados y la terminación son de un nivel elevado para su segmento.

La posición de manejo con reglaje manual de la butaca y doble de la columna hace que lograr la ubicación ideal frente al volante multifunción, de impecable grip, sea una tarea simple para cualquier humano. Ahora bien, si el conductor mide más de uno-ochenta (como en mi caso) no habrá lugar para las piernas de quien ocupe la plaza posterior izquierda. El instrumental es el ya tradicional de Mini pero algunos mandos han sido reubicados convencionalmente, como el caso de los elevacristales, ahora alojados en las contrapuertas.

Uno de los aspectos en los que el Mini siempre se mostró contundente y superior a sus rivales es su conducta dinámica mediante suspensiones McPherson adelante y multibrazos atrás con caucho 205/45 montado sobre llantas de 17 pulgadas. Su comportamiento en curvas es impecable, así como la respuesta y precisión del sistema de dirección junto a su estabilidad direccional a velocidades elevadas. Pero las cosas cambian cuando se circula en ciudad por superficies desparejas, situación en la que se manifiesta la rigidez de las suspensiones, que juegan en contra del confort de marcha. De todos modos, a esta versión de última generación la encontré más civilizada y menos agresiva que otros Mini que pasaron por mis manos. Algo mejoró.