Reutemann eterno: un viaje épico, una pierna rota y una carrera inolvidable
A 4 años de la muerte de Reutemann recordamos una de sus carreras más trágicas en Buenos Aires.
Hay momentos en la vida que no se olvidan, no por grandiosos o perfectos, sino porque quedan marcados con la misma intensidad con la que los vivimos. El 13 de enero de 1974 fue uno de esos días para mí. Llegaba con el cuerpo lastimado, la pierna entera enyesada tras una fractura de tibia y peroné, pero con el corazón acelerado. No por el dolor, sino por lo que se venía: íbamos a ver a Carlos Reutemann en el autódromo de Buenos Aires.
Había sido un diciembre amargo. Una lesión en un torneo intercolegial parecía haber condenado mi verano a la inmovilidad. Hasta que mi hermano mayor, en un intento por consolarme, me dió la noticia que me sacó de la cama emocional en la que estaba metido: había conseguido entradas para la carrera de Fórmula 1.
La preocupación era otra: cómo iba a moverme. El yeso me cubría la pierna hasta casi el muslo. Pero mis hermanos fueron categóricos: íbamos como fuera. Muletas, silla de ruedas, brazos, lo que hiciera falta. Y fuimos.
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El calor se hizo notar desde temprano. A las siete de la mañana ya se sentía el peso de los rayos del sol. Pero nada importaba. Lo que vivimos ese día está entre lo más intenso que puede experimentar un fanático. La marea humana que copó el autódromo no se parecía a nada. Se hablaba de 80.000 personas, y yo creo que éramos más. Se decía que incluso venía el presidente de ese momento, Juan Domingo Perón.
Llegar a las tribunas fue una odisea. Con el yeso, las muletas y la cantidad de gente, trepamos hasta lo más alto. No sé cómo hicimos, pero lo hicimos. La espera fue larga. La carrera comenzaba pasado el mediodía y el calor se volvió insoportable. Mis hermanos se turnaban para bajar a buscar agua y de esa forma hidratarnos y refrescarnos un poco. Pero la ansiedad nos mantuvo de pie.
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La aparición del presidente demoró la largada. Reutemann partía desde la tercera fila. Sexto en la clasificación. Para cualquiera podía ser apenas eso, un buen arranque. Para nosotros, los argentinos, era mezclarse con los mejores: Peterson, Fittipaldi, Hulme, etc.
Cuando la carrera comenzó, la atmósfera se electrificó. Promediando las primeras vueltas, el Lole se fue para adelante para adueñarse de la punta. Todo parecía indicar que no la soltaría más. Lo veíamos firme, seguro. Parecía que nada podía salir mal. Hasta que algo cambió.
Desde las tribunas se notaba que algo pasaba. Una toma de aire sobre su casco comenzó a soltarse. Reutemann resistía, pero el ritmo ya no era el mismo. Sus perseguidores se le venían encima. Lo que no sabíamos, al menos no del todo, era que ese desprendimiento alteraba la combustión del motor y hacía que consumiera más combustible de lo normal. Y en esa época, en la Fórmula 1 la nafta se calculaba casi con precisión quirúrgica: para 60 vueltas, ni una más.
Cuando faltaban unas cinco vueltas, mis hermanos propusieron bajar. Con el yeso, preferían evitar el tumulto que se generaba en el final. “La carrera está ganada”, me dijeron. Y les creí. Bajamos entre empujones, llegamos al auto, y ahí fue cuando se desató un final inesperado. Gritos. Gente agarrándose la cabeza. Una angustia que se respiraba. Prendimos la radio y nos enteramos: Reutemann se había quedado sin combustible.
Fue un silencio raro. Nadie hablaba. Nos mirábamos con una mezcla de bronca, desilusión y una tristeza que no sabíamos bien cómo explicar. Porque no era solo la derrota. Era lo que simbolizaba.
Sin embargo, ese día también me dejó una certeza: el «Lole» Reutemann era distinto. No necesitaba un podio para demostrarlo. Su forma de manejar, su forma de estar, su capacidad para exprimir un auto, lo ponían en otro nivel. Por eso fue un verdadero campeón sin corona, que estuvo cerca de quedarse con el título en dos ocasiones. “En el automovilismo el 70 por ciento es el auto, el 20 es el piloto y el 10 es suerte…sin un auto ganador no es posible ganar”, decía Juan Manuel Fangio.
Hoy muchos dicen que a Reutemann le faltó “garra”. Que “siempre le faltaba cinco para el peso”. Que “no arriesgaba”. Yo estuve ahí. Y si algo no le faltó ese 13 de enero fue decisión. Lo dio todo con un auto que se devoró su oportunidad. Lo juzgaron mal muchas veces. Pero su trayectoria, sus logros, su forma de competir, hablan por él.