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Debatiendo de eléctricos entre Senna, Enzo Ferrari y Marchionne

Sí, el título no miente. Era una tarde de un sol radiante en Milán, una de las ciudades más bellas de Italia. Mi paso por el Salón de Ginebra había terminado (*) y le huí a los exorbitantes precios helvéticos para pasar unos días en la poco más «barata» urbe del norte.

Caminando por Corso Venezia, me encontré con una vidriera repleta de libros. Todos sobre autos o automovilismo. A veces rehuso entrar a los locales para que no me aborden con intenciones de «enchufarme» cualquier cosa, pero esta vez no lo dudé.

Librería prolija, piso de madera, ambiente impecable y el que atendía al teléfono. Hablaba de una Ferrari, pero las obras allí presentes me impedían prestar mucha atención a la charla telefónica. Es que eran tantos los títulos que quería llevarme conmigo que me era difícil no pensar en otra cosa.

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Libreria de Milán

De golpe, «buon pomeriggio». Había cortado y me deseaba buenas tardes. Respondo y suelta un «bello capelli, buona aerodinamica». Y ahí empezó una charla 100% fierrera.

Le conté que soy periodista, de Buenos Aires, Argentina, y que antes de llegar a Milán había estado en Ginebra. «Ah, ¿y qué viste de lindo?». Le comenté que muchos deportivos italianos, y claro, otros tantos productos eléctricos. En ese momento, su cara tomó cierto gesto adusto, y me preguntó: «¿y vos que sos periodista, qué opinas de los eléctricos?».

Lento de reflejos y un poco incómodo por la medición con la pregunta, solté un «y… son necesarios». Ahí Marco comenzó a recitar un auténtico decálogo anti eléctrico. Que el litio en caso de incendio puede durar días prendido fuego; que ante un desperfecto eléctrico el que esté dentro del auto puede quedar «pegado» y sin previo aviso de ningún tipo; y que los autos no son los responsables de la grave contaminación que sufre Europa: «¿Acaso Fiat va a importar las piezas de China en un barco eléctrico, o va a dejar de fabricar plástico?»

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No había un lugar más desubicado para mi respuesta que ése. Me rodeaban las hazañas de Striling Moss, Enzo Ferrari me observaba a través de sus gafas oscuras en decenas de libros de todos los tamaños; y Tazio Nuvolari parecía entristecer ante mi sola presencia en ese recinto sacro del motor a combustión interna.

Es que Italia es quizás, uno de los países con menos eléctricos en circulación. Según datos de la Asociación Italiana de Fabricantes del Exterior (como el ADEFA de acá, pero que mide los patentamientos mes a mes), en 2018 se vendieron 1.910.025 0km, de los cuales los eléctricos sólo se llevaron el 0,3% de la torta.

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Si bien muchos de los taxis que me crucé eran híbridos, la ecología no llegó al Sur del país, en Roma apenas hay algunos puñados de «car sharing» de ese tipo, y en Milán están tomando las primeras medidas de prohibición de circulación para autos convencionales.

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«Lo hacen para quedar bien con el resto de Europa y estar a la moda». Claro, la meca del buen gusto y de las últimas tendencias europeas a nivel textil no puede estar igual de relegada que el resto de las ciudades italianas en materia automotriz.

«Los eléctricos son puro marketing, como el Euro 1, 2, 3, 4…», seguía el dueño de la librería que desde 1972 se encuentra sobre Corso Venezia 45, cuando sus padres la abrieron. Los libros y las historias se venden, pero el legado no se negocia.

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(*) Por Lucas Amestoy, corresponsal de Auto Test en Europa.