La historia cuenta que un abogado de importante carrera y renombre, y por supuesto amante de los fierros, comenzó a hacer algo que nos encantaría a todos: coleccionar Corvettes.

Pero una vez que arrancó con el icono americano, fue por más. Puso la mira en los europeos y así se encaprichó con los Porsche, Lotus y Lamborghini. Pero la cosa se puso heavy cuando se subió a la primera Ferrari.

Fue tal el impacto que le generó, que destinó todos sus recursos en adquirir productos de Maranello: llegó a comprar 13, incluyendo una Testarossa, una 308 Quattrovalvole, un 400i, dos 328, tres 348 y algunas Mondial.

Pero lamentablemente el coleccionista se enfermó hace unos años y, para salvaguardar su colección reservó un lugar para almacenar toda su flota de autos, pero cuando la situación se agravó y no pudo mantenerse al día con el alquiler de ese espacio, sacaron los autos y los dejaron en el campo que ves en imágenes.

Lo peor, además de dejar esas joyas al aire libre, fue que cuando lograron ponerse al día, nadie las volvió a entrar, por lo que quedaron en esa situación expuestas a los elementos durante 10 años hasta que se completaron los procedimientos legales para reclamarlos.

Cuando fueron a buscarlas no solo faltaban dos sino que el estado general de las restantes dejaba mucho que desear, por eso se contactaron con Paul Cox, una eminencia en el mundo Ferrari, que los ayudó a contactar un restaurador para que las reciba, las ponga “cero ka eme” de nuevo y las venda.

Según cuentan, las Ferrari pasaron por ese proceso y hoy la gran mayoría está siendo manejada por un nuevo dueño.