Así se cubrían las carreras de Fórmula 1 y 2 en la década del 70
Hacemos un repaso por una de las coberturas de la campaña de F2 del piloto argentino Carlos Reutemann. Crónica de un viaje de más de 2.600 kilómetros atravesando rutas y pueblos europeos.
Durante la década del 70 como enviado de Corsa, tuve la oportunidad de cubrir la campaña de Carlos Reutemann F1. Pero también la de F2 con el equipo del ACA primero junto a Caldarella y luego con Carlos Ruesch que más tarde pasó a integra el equipo Surtees con Mike Hailwood. A lo largo del tiempo se fueron sumando otros pilotos argentinos: Zunino, Guerra, Bakst y eventualmente Traverso y Cocho López.
La cobertura periodística de la información estaba planificada con tres enviados durante la temporada europea: Germán Sopeña, el “Barba” Sánchez Ortega y quien esto escribe. Cada uno de nosotros pasábamos un mes y medio en Europa ya que todos los fines de semana había actividad en los distintos circuitos de una u otra categoría.
En mi caso había entablado una buena relación con la gente de prensa de Opel de Alemania gracias a los contactos brindados por GMA en Buenos Aires. Por lo tanto, todos mis viajes (cerca de 8.000 km) se iniciaban con un auto cedido por la automotriz germana que por otra parte distaba a pocos kilómetros del aeropuerto de Frankfurt.
Llegaba en avión, tomaba un taxi y en media hora estaba en las puertas de la planta en Russelsheim. En esa ocasión (1980) me entregaron las llaves de un Ascona GT 1.8 con un motor que entregaba 115 CV, potencia que no era poca hace 40 años y con look deportivo que era capaz de acelerar de 0 a 100 km/h en 9,8 segundos y una máxima de 180 km/h según los test de distintos medios.
Luego de cubrir una carrera en Francia me dirigí a Londres para hacer una nota pautada aunque breve (apenas 15 minutos) con Bernie Ecclestone en su penthouse con vista al Támesis en la que me dejó muy claro que su intención era quedarse con el GP de Argentina, tal como lo hizo con el de Brasil y en la que me anticipó apenas crucé la puerta: “Fotos no”.
En el cruce de Calais a Dover en el ferry (el Eurotunel era solo un proyecto a futuro) travesía en la que viví los vaivenes de un Mar del Norte poco amistoso. Llegado a suelo británico me puse en la fila de Migraciones y en el momento de llegar a la cabina tres holandeses con aspecto punk intentaban convencer al impertérrito empleado que no traían más que 30 libras pero que un amigo les entregaría 1.000 al llegar a Londres. La respuesta fue contundente: “Muy bien…dígale a su amigo que venga hasta Dover y me las muestre…”. Cuando me tocó el turno pregunté: “¿Qué pasó con esos chicos?”. La respuesta fue casi discriminatoria: “Tenemos suficientes vagos en Inglaterra como para importarlos de Holanda”.
Vuelvo al origen de estas líneas. El lunes, una vez en Londres me instalé como de costumbre en el hotel Gore de Queens Gate en South Kensington. Me quedaban cuatro días libres hasta cubrir la próxima carrera de F2 en Sicilia, precisamente en Enna Pergusa. Tirado en la cama esa noche desplegué el mapa (no había celulares, GPS ni Internet ni Waze) y organicé mi viaje en auto a la isla del sur de Italia.
Mi método era anotar previamente en un papel con un marcador todas las referencias del camino, pueblo por pueblo, ruta por ruta y lo pegaba con cinta en el parasol. De esa forma era más fácil no perderse terminando en cualquier lado a las once de la noche. Viajar en auto por Europa tiene la ventaja de que se conocen lugares y pueblos que ningún turista standard sabrá que existen a lo que suma la ventaja de que los precios para comer o pernoctar son claramente inferiores a los de las ciudades o localidades más importantes.
Arrancando el martes desde Londres tenía previsto llegar a Enna con una jornada de relax en las espléndidas playas de Taormina invadida por veraneantes nórdicos (sueco, daneses, noruegos, etc). Las escalas intermedias serían –tras cruzar en el ferry al continente- Basel en Suiza dejando atrás toda Francia y al día siguiente hacer noche en Torino.
En el tercer tramo, aprovechando las autopistas italianas, tenía previsto llegar a destino tras cruzar en ferry de Mesina a Reggio Calabria. Durante la espera para embarcar adentro del auto di cuenta de una pizza fría de los muchos vendedores ambulantes que ofrecían porciones gigantes con una pincelada de tomate (sin muzzarella) y gaseosas soportando los casi 40 grados a pleno sol.
Pero el remate de esta historia se remite al día de mi partida de Londres rumbo al extremo sur de Italia. Cuando me retiré del hotel, la dueña que ya era una “vieja” conocida y tras hacer el ckeck out me preguntó hacia donde me dirigía y le comenté que a Sicilia. “¿Sicilia?… eso es en Italia y muy a sur… ¿no?. Su vuelo seguro que sale de Gatwick pero no vaya en taxi porque es muy caro tome el subte”. Antes de dirigirme al Ascona que había dejado en la puerta a cargar las valijas le dije: “No, voy en auto”. Pegó media vuelta tomándose la cabeza y encaró para la oficina que estaba en la recepción. Estoy seguro que nunca me creyó o a lo sumo pensó: “Este tipo está loco”.
La distancia que separa a Londres de Sicilia es de 2.600 kilómetros, la misma que hay de Buenos Aires a Rio Gallegos pero para los británico o europeos en general, que están acostumbrados a que todo esté relativamente cerca ir en auto a Sicilia es como ir a Pekin.
En abril de 1966 ingresó a Editorial Abril como integrante del equipo periodístico de Corsa, revista especializada en el automovilismo deportivo. Dieciocho años más tarde pasó a ser editor de la revista Parabrisas en su relanzamiento hasta que en 1990 se retira y se transforma en uno de los fundadores de la revista Auto Test. Falleció el 4 de mayo de 2022, dejando un legado imborrable en la industria automotriz.
Cumplió más de 50 años de actividad en el periodismo especializado a lo que suma una breve carrera deportiva al volante de distintas marcas en la categoría Turismo además de haber recorrido cientos de miles de kilómetros por caminos de Argentina.