Mazda Miata MX5: ¿Por qué era uno de los autos más divertidos?
El convertible biplaza de Mazda llegó importado a nuestro país a principios de la década del 90. En esta oportunidad, hacemos un breve repaso por sus características mecánicas y las sensaciones que transmitía al manejarlo.
Nadie puede discutir el diseño del Mazda Miata, uno de los deportivos que en su época estaba al alcance de una buena franja del mercado y que ocupó el lugar que habían dejado vacantes, años antes, los autos británicos como MG, Triumph y Healey entre otros.
No es menos cierto que este convertible japonés tenía un ADN que no podía negar ser consanguíneo del Lotus Elan de los 70, siguiendo el paradigma universal que si algo funciona y es exitoso, copiémoslo dándole un toque personal como para disimular y no ser acusados de plagio.
Pero esto es harina de otro costal, lo que importa es que el Miata fue un deportivo adorable de tamaño compacto y lo fundamental era que su comportamiento lo ubicaba entre los autos más gratificantes para todos aquellos que amaban (y aman) el manejo ante todo.
Tal como comentaba hace unos días cuando dediqué esta sección del Citroën Xsara VTS, para que un auto transmita sensaciones no hace falta que debajo del capot se escondan 300 o 400 caballos. El chasis, las suspensiones, la dirección, la relación peso/potencia y la transmisión son los componentes que hacen al comportamiento eficiente de un deportivo para que sea divertido de conducir.
Precisamente eso es lo que logró Mazda con el Miata, que por otra parte le valió premios a su diseño en todas partes del mundo y hasta el de mejor de la década otorgado por la revista Road & Track. Su potencia era de 115 CV –la que hoy está disponible en un doméstico VW Gol- pero su peso de solo 955 kg le permitía acelerar de 0 a 100 km/h en menos de 10 segundos y llegar a los 183 km/h de velocidad máxima (RT Nº6 abril 1991).
El Miata era un auto sport con carisma que se manifestaba ante las reacciones de la gente al verlo pasar. Adorable, querible, simpático. Así era este deportivo de Mazda. El motor era un cuatro cilindros de 1,6 litros de carrera corta (80x79mm), doble árbol a la cabeza y 16 válvulas, inyección Bosch con una potencia máxima que se manifestaba a las 6.500 rpm y un par máximo de 15 kgm a 5.500… valores que demuestran que había que llevarlo con la aguja bien arriba del cuentavueltas lo que obligaba a llevarlo siempre “enroscado” y ”allegro vivace” para extraer todo su potencial. Y eso también era lo divertido, escuchar el sonido del motor como un avispero infernal.
A pesar de su tamaño y de mi estatura (1,85) acomodarme al volante del Mazda Miata no me resultó complicado, solo el volante era de diámetro algo exagerado pero con butacas cómodas de buena sujeción lateral, el selector de cambios de cinco marchas era preciso de recorrido acotado transmitiendo la potencia al eje trasero con relaciones cortas que permitían buenos valores de aceleración.
Sin embargo la diversión comenzaba cuando se encaraban curvas de distintos radio y trayectoria. Ese era el momento sublime cuando aparecía en escena el “oversteering” (irse de cola), conducta que me hizo recordar al primer Lotus Seven que manejé allá por el 68 del que ya me ocuparé en otro momento.
Apenas se ponía en marcha el motor Mazda y se lo aceleraba en vacío se notaba la respuesta inmediata y nerviosa con la aguja trepando de manera contundente. Su conducta en curva era lo más gratificante. La cola se “desparramaba” ante la llamada enérgica de la dirección mucho antes de llegar al límite. En ese momento el Miata comenzaba a esquiar sobre el asfalto como si fuera hielo obligando a una precisa maniobra de corrección sin mezquinarle presión al acelerador para que la diversión continuara gracias al encanto de la tracción trasera en la que colaboraba la impecable distribución de pesos (51 y 49%).
En cuanto al equipamiento contaba con ABS, airbag conductor, elevacristales eléctricos, techo tipo hard top o de lona y pasacasete de serie. Todo por la suma de 47.000 dólares de la época, en la que reinaba el uno a uno (peso/dólar) de Domingo Cavallo. En síntesis, un auto encantador que tuve oportunidad de disfrutar a puro placer.
En abril de 1966 ingresó a Editorial Abril como integrante del equipo periodístico de Corsa, revista especializada en el automovilismo deportivo. Dieciocho años más tarde pasó a ser editor de la revista Parabrisas en su relanzamiento hasta que en 1990 se retira y se transforma en uno de los fundadores de la revista Auto Test. Falleció el 4 de mayo de 2022, dejando un legado imborrable en la industria automotriz.
Cumplió más de 50 años de actividad en el periodismo especializado a lo que suma una breve carrera deportiva al volante de distintas marcas en la categoría Turismo además de haber recorrido cientos de miles de kilómetros por caminos de Argentina.