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Clásicos: Mazda MX-5 Miata

UN MUNDO DE SENSACIONES

A comienzos de 1991 (road test Nº 6), pasó por mis manos uno de los autos deportivos más divertidos que manejé en mi vida. Tracción trasera, menos de una tonelada de peso, motor a inyección de 115 CV y un chasis elaborado en armonía con suspensiones firmes que garantizaban una dinámica de primer nivel. Todo lo que se considera básico en un auto sport que no esconde sus intenciones. Estoy hablando del Mazda MX-5 Miata. Multipremiado en Europa y Estados Unidos como “el Mejor Deportivo”, nació en Japón para ocupar un nicho que habían abandonado los británicos tras muchos años de reinado en esa franja de los deportivos compactos. Tan es así que el Miata tenía un inconfundible y «sospechoso» rasgo familiar con el Lotus Elan.

El pequeño MX-5 transmitía emoción al volante. Todo estaba pensado para disfrutar del manejo. La posición de manejo, el selector de cambios de recorrido corto y preciso, el instrumental, las relaciones de caja “cerradas” para obtener mejores aceleraciones, las suspensiones rígidas, la rapidez de respuesta de la dirección, la capacidad frenante de sus cuatro discos, el sonido agudo del motor de 1,6 litros, todo conformaba un conjunto ideal de lo que se considera un auténtico auto sport compacto.

Sin duda fue elaborado para que el tren trasero deslizara apenas se superaba el límite de adherencia del caucho (185/60×14″), obligando al conductor a contravolantear con mano firme -pero sutil- sin dejar de acelerar para que la maniobra se transformara en un exquisito derrape controlado. Sin embargo, su conducta era previsible, respondía con docilidad a las correcciones, sin vicios ni “espantadas” intempestivas como en el caso del no menos divertido, pero más histérico, Lotus Seven de fines de los 60.

En comparación con autos actuales, sus prestaciones no asombran: 185 km/h, poco menos de 10 segundos de 0 a 100 km/h, son valores que hoy obtienen autos familiares. Pero el secreto del Miata no pasaba por su potencia ni por entregar aceleraciones bestiales que dejaran huellas de caucho en el asfalto. Lo importante era la catarata de sensaciones que transmitía en forma descarada. Manejarlo era un festival de emociones gracias a que por esos años las ayudas electrónicas eran una exclusividad de autos de alta gama. Su precio en abril del 91 era de 47 mil dólares.

Cuando algún día se escriba acerca de la historia de los autos deportivos de las últimas décadas, el Miata ocupará un lugar destacado…y será justicia.