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Motor Fiat y espíritu británico: así andaba el Lotus Seven fabricado en Argentina

En esta oportunidad, nuestro director nos recuerda sus impresiones de manejo a bordo de este biplaza que pesaba apenas 480 kilos, que le permitían transmitir sensaciones únicas.

Nació sobre la base de su antecesor, el Lotus Six (bastante obvio ¿no?). Un auto en el que Colin Chapman, creador de la marca, dejó volar su imaginación y construyó un deportivo simple en 1952, de bajo costo que apenas costaba 800 libras. 

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Al comienzo con un motor Healey Sprite de 1.0 litros y más tarde con los utilizados por modelos como el Ford Anglia, Ford Prefect de 50 caballos y ya avanzada la década del 60 con un propulsor de Escort y más tarde del Cortina con tapa plana y pistones convexos que entregaba 94 HP alimentado con los complicados carburadores SU y caja de cuatro marchas que transmitían la potencia al eje trasero con un peso (obsesión de Chapman) que apenas superaba los 400 kg siendo capaz de alcanzar los 150 km/h, como para que los amantes de los deportivos lo disfrutaran los fines de semana desandando las colinas de la campiña británica a cielo abierto…y si llovía no importaba, capota y laterales de lona. 

Entre los amantes de este tipo de autos tuvo muy buena acogida. Además contaba con la ventaja que se podía comprar por separado el chasis tubular junto a la carrocería de plástico y adaptarle otro motor a gusto del cliente.

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En 1968 Edgardo Boschi (corredor de Turismo de Argentina con distintas marcas como BMW 700, Mini Cooper y MG Magnette y primer importador de Scalectrix) junto al inglés Richard Vignoles formaron una sociedad Lotus Cars Argentina para fabricar localmente el Seven con una producción limitada, unos seis o siete por mes. Debido a mi relación con Bosch tuve oportunidad de conducir durante largos períodos distintas unidades de las fabricadas en la planta de Martínez sobre la Panamericana con elementos y autopartes de origen nacional en su totalidad: “Esta auto no tiene un solo tornillo importado es auténticamente argentino” aseguraba con orgullo Vignoles. 

En mayo del 69 me entregaron la primera unidad: amarilla con franja verde al medio al revés de los Lotus de F1. Habían importado una versión original de Inglaterra y copiado al milímetro cada pieza, incluyendo parrillas de suspensión delanteras respetando su geometría que era un reflejo de la que usaban los F1 de la época. La única diferencia fue que se lo dotó de amortiguadores más confortables teniendo en cuenta las condiciones de nuestras calles y rutas ya que los originales eran insoportables debido a su dureza.

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Espíritu británico, motor italiano

El Seven era un auto esencialmente sport tal como lo definieron los ingleses. Con todas sus virtudes y defectos. Tan es así que su propietario debía estar dispuesto a soportar ciertas incomodidades, las vibraciones que transmitía el chasis al pisar una moneda y en lo posible que no tuviera dentadura postiza y contar con una novia dulce y comprensiva que estuviera dispuesta a soportar la falta de confort además de quemarse las piernas con el caño de escape al bajarse del lado del acompañante sin contar que en invierno moriría de frío y en verano de calor. 

Pero para quien lo conducía era un auto adorable que se disfrutaba en cada momento que el pie derecho presionaba el acelerador. Sus 480 kg y sus 90 caballos (motor Fiat 1600 la versión más potente) entregaban una relación de 5,3 kg/CV muy por debajo de los 8 kg/CV de una poderosa coupé Torino 380 de esos años, incluso de muchos deportivos actuales.

Recuerdo que con mis veintidós años, una noche sabatina se me puso a la par, precisamente un Torino, en el semáforo de Figueroa Alcorta frente a la Facultad de Derecho que acelerando en vacío me desafiaba a una largada apenas tuviésemos el semáforo en verde. Y así fue en 200 metros le saqué más de 30 ante el asombro de mi eventual rival. Superados los 100 km/h en unos 8 segundos di por terminada la contienda y acto seguido me pasó como una tromba pero la misión estaba cumplida, la relación peso/potencia del Seven había demostrado su potencial. En cuanto a la velocidad máxima podía llegar a los 165/170 km/h pero lo más recomendable porque su estabilidad direccional no era la mejor ya que los guardabarros delanteros hacían de “flaps” y la trompa perdía adherencia llamando a la cordura. La caja de cambios era original de Fiat de cuatro marchas con vástago y recorrido corto, preciso en tanto el tren trasero disponía de un eje rígido pero con la relación de la Multicarga (más corta) favoreciéndolo en procesos de aceleración y reacción en cualquier marcha y estaba anclado al chasis por dos barras en forma de V invertida.

Si lo analizamos fría y objetivamente su diseño era poco estético pero con una personalidad indiscutible. Un aparto ideal para todos aquellos que estuvieran dispuestos a sufrir las agradables incomodidades típicas en casi todos los autos británicos de este tipo, pero sentarse al volante y manejarlo era una experiencia diferente y única. Ese era el Lotus Seven.