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Carlos Figueras al volante de una joya: BMW 507 Roadster

Nuestro director nos recuerda su travesía al volante de este impresionante BMW durante la Mil Millas Históricas de 1997.

BMW 507 ROADSTER

Una semana antes de que se disputaran las Mil Millas del 97 recibí un llamado del amigo José Janeiro, por esa época representante de BMW en Argentina. “Carlos, ¿querés correr las Mil Millas con un BMW 507 Roadster que me envían los del museo de Munich?”. Una vez repuesto de la agradable sorpresa, como era de suponer, acepté de inmediato. Ese modelo de la casa bávara surgió de la mente de Max Hoffman que era representante de la marca en Estados Unidos alrededor de 1953 y dos años más tarde fue presentado en el salón de Nueva York.

El diseñador fue Albrecht von Goertz y fue pensado para el mercado americano y así competir con el exitoso Mercedes 300 SL ya que Alemania aún se recuperaba de la Segunda Guerra Mundial y el mercado no estaba en condiciones de comprar autos deportivos de alto valor. La carrocería estaba construida totalmente en aluminio para ganar peso y el motor era un V8 de 3,2 litros con dos carburadores, 150 caballos y caja de cuatro marchas ZF con overdrive (sobremarcha).

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Unos días antes llegaron los dos autos del museo: el 507 y un 328 (confiado a Germán Sopeña) junto al director y dos mecánicos. El estado de ambos era mejor que cuando habían salido de fábrica. Ante todo aclaré que si las intenciones eran ganar la prueba o disputar puestos de importancia, no contarán conmigo ya que era un neófito absoluto en el tema de la regularidad pisando la “gomita” en los controles donde los expertos apenas la erraban por unas décimas de segundo. Me informaron que eso no les preocupaba. Como acompañante lo llevé a Fernando Miranda que de cronómetros y planillas sabía tanto como yo, o sea, nada.

BMW 507 ROADSTER 1

La cuestión era disfrutar del auto durante los tres días de la prueba por caminos de la Patagonia, el resto no importaba. Y tanto no nos importaba que ya en la primera etapa que se largaba desde el hotel Llao Llao (momento en que el 507 fue admirado con envidia por la mayoría de los participantes) con rumbo a Esquel cometimos un grave error en uno de los controles. Veníamos deleitándonos con el andar del auto y el paisaje entre bosques y lagos hasta que empezó a lloviznar y teníamos que parar a poner la capota de lona. Como faltaban unos pocos kilómetros, decidimos hacerlo una vez superado el control de paso.

Unos doscientos metros más allá había una pancarta y ninguno de los dos sabíamos que no debíamos detenernos antes de superarla. Desde la mesa de control nos hacían señas que no entendíamos mientras colocábamos la lona. Luego nos informamos que por esa detención nos habían penalizado con cientos de puntos en contra. Nuestras intenciones de hacer las cosas más o menos bien murieron en ese preciso momento. Lo miré a Fernando y le dije: “Guardá los cronómetros y la hoja de ruta a partir de ahora vamos a divertirnos”. Y así fue. En el faldeo veloz pasando El Bolsón tuve oportunidad de conocer a fondo las reacciones del 507 en tramos veloces.

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Nos juntamos en el camino con Alvarez Eguileta (ex corredor con un Fiat 1500 en Turismo con el seudónimo de “Segundo Sombra”) que participaba con un Ford Thundebird y comenzamos a viajar junto doblanbdo exigidos en curvas y contracurvas. Mientras el 507 transitaba sobre rieles el “deportivo” americano rolaba de una manera tan exagerada que hasta pensé que terminaría volcando en la banquina de ripio a pesar de las cualidades de su conductor.

BMW 507 ROADSTER

Por supuesto, cunado retornamos a Bariloche la organización dio a conocer la clasificación de la etapa esa misma noche. Si mal no recuerdo creo que sólo tres o cuatro se ubicaban detrás nuestro y más de cien adelante. Ante esta situación el resto del recorrido lo cumplimos sin que nos importaran ni los tiempos ni los controles. Lo más importante era disfrutar de este roadster nacido en 1957 y por si fuera poco, con todos los gasto a cargo del BMW Mobile Museum. ¿Se podía podía pedir más?

El auto funcionó a la perfección durante todo el recorrido pero hubo un momento que los mecánicos venidos de Alemania estuvieron al borde del suicidio. Bajo una persistente lluvia dejaron de funcionar los limpiaparabrisas, lo que comuniqué al llegar al final de la etapa. Los germanos –dos tipos jóvenes y macanudos- se pusieron a trabajar pero con las disculpas del caso no pudieron solucionar el problema. Era el motor eléctrico del sistema pero no tenían uno de repuesto ni sol. “No debería haber pasado…”, fue la breve conclusión con caras de mea culpa. Como a partir de ese momento nunca más llovió, la cosa quedó solo en una anécdota.

Esa fue mi tercera participación en unas Mil Millas, la primera con un Porsche 911 del 72 que me facilitó Hugo Pulenta y la segunda junto a Germán Sopeña en un inmenso Mercedes descapotable de preguerra también propiedad del museo de Daimler en Stuttgart. Pero sin duda, esta última, con el BMW 507 Roadster fue la más divertida. A eso fuimos.