Sobre operativos, multas, y coimas insólitas
Saquémonos la careta, no seamos hipócritas. ¿O alguna vez no sobornó a un agente de tránsito en un puesto caminero? Seguro que sí.
En diciembre de 1988 panifiqué junto a la gente de Fiat (marca de Sevel en ese entonces) realizar un operativo de 10.000 km con tres Fiat Uno 1,5 recién presentados para unir La Quiaca con Rio Gallegos.
De regreso del norte hacia el sur aprovechábamos las largas rectas de asfalto y viajábamos en tándem con los paragolpes soldados para ganar algunos km/h. Pasando Santiago del Estero y antes de Rio Hondo se encontraba un puesto caminero móvil que se asemejaba a una toldería construido con cuatro postes y una lona como techo para protegerse del sol.
Veníamos los tres juntos a velocidades que superaban el límite permitido. Detrás del básico puesto de la Policía se escondía el patrullero y a unos 300 metros apareció de pronto un agente haciendo señas para que nos detuviéramos ya que simple vista era obvio que veníamos muy rápido. Como mi Uno venía adelante le avise por handy a los otros dos que debíamos detenernos en el precario puesto armado en la banquina.
Mi norma en estas situaciones siempre ha sido no discutir con la policía, es mucho mejor ser respetuoso y cordial. Una vez que me detuve se acercó el agente santiagueño y tras el saludo de rigor me dijo:
– Buenos días ¿Cómo andan estos autitos, eh?
– Sí, la verdad es que veníamos muy rápido porque tenemos que llegar esta noche a Mendoza
-Vayan hasta el puesto y arreglen la multa con el oficial
Así lo hice. Me encontré con otro agente u oficial sentado en una silla frente a un viejo y destartalado escritorio y una hoja de cartón grande desplegada en la mesa.
-No le voy a discutir, le confieso que veníamos rápido así veamos cómo podemos arreglar para seguir viaje lo antes posible.
-Y la multa es medio saladita además son tres autos o sea tres infracciones. Mire, aquí tengo en este cartón los números de una rifa, me compra tres y siguen su camino.
Pasaron tantos años que no tengo idea de cuando costaba cada número, pero calculo que a plata de hoy serían unos 500 pesos cada una. Le di el dinero correspondiente y elegí tres números al azar. El uniformado anotó en uno de los cien cuadritos que tenía y me entregó tres papelitos con los números y un sello ilegible. Le di la mano y antes de retirarme le pregunté cuál era el premio de la rifa.
-Un lechón grande… bah, un chancho
El premio hizo que esbozara una sonrisa cómplice a lo que le agregué de inmediato: “Si llega a salir uno de estos tres números le hago una donación a la Caminera. Se imagina que no voy a venir desde Buenos Aires a buscarlo…”
Sonrió, me dio un apretón de mano y me deseó buen viaje.