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El infierno existe

buenos aires caos

Carlos F. Figueras
Director de autotest

El infiero existe, no es una afirmación que tenga que ver con creencias religiosas. Todo lo contrario, es algo que los porteños y quienes circulan por la ciudad de Buenos Aires viven a diario.

El problema es simple. Descontrol absoluto. Todos hacen lo que quieren y nadie controla nada. Los agentes de Tránsito de la Policía de la Ciudad que se ubican en cruces de calles y avenidas carecen de sentido común y, en vez de agilizar la circulación, la complican aún más. Ante sus ojos los colectivos quedan cruzados impidiendo el tránsito a los que vienen por la perpendicular, creando un caos y una sinfonía de molestos bocinazos que, por supuesto, nada solucionan.

Hay calles en las que las sendas para bicicletas tienen el ancho de la Panamericana. Para colmo, son arterias donde está permitido estacionar a la derecha, por lo tanto si un taxi para a subir un pasajero detiene inevitablemente el tránsito. Bocinas y más bocinas. Y, ya que hablamos de bicicletas, los ciclistas se han adueñado de la calle. No respetan semáforos ni a los que cruzan por las sendas peatonales, van de contramano y demuestran una agresividad inusual –que habla de un nivel de educación y convivencia lamentable– hacia automovilistas y peatones. Esto mismo vale para los motorizados de las dos ruedas, a los que se han sumado los nuevos deliveries que en moto o bicicleta circulan como saetas esquivando todo lo que se interponga en su camino. A esto se agrega a los inmensos camiones de reparto y logística que estacionan en doble fila a cualquier hora del día, dejando apenas libre un carril. El horario de carga y descarga es solo una expresión de deseo del Gobierno de la Ciudad, que nadie cumple porque los controles no existen.

Como si esto fuera poco, hay que agregar la pesadilla de los piquetes y cortes por manifestaciones en lugares neurálgicos del centro de la ciudad. ¿Y el protocolo antipiquetes? Duerme en los cajones de los funcionarios, temerosos a que se los tilde de “represores”. El resultado está a la vista: “Dale que va…”. Ante tanta pálida, casi me olvido: ¡Feliz año!

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